He aquí algunos párrafos extraidos del libro de Leonardo Da Jandra, La Hispanidad. Fiesta y rito. Una defensa de nuestra identidad en el contexto global (Plaza&Janés, México, 2005).
Un novísimo ejemplo de la actualización del pensamiento de José Vasconcelos, del barroco y de una hispanidad militante. Es un texto verdaderamente peculiar.
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“[no hay que considerar] conclusiva la vieja distinción frazeriana entre mundo sagrado (magia y religión) y mundo profano (ciencia). Se trata más bien de superar la dualidad a través del artey otorgarle a éste, en cuanto sublimación de la fiesta y el rito, el papel determinante en la configuración de la esencia hispana.” 18
“No nos puede caber la menor duda de que lo identitario sería devorado completamente por lo global de no existir lo sagrado y lo festivo como último reducto de la autenticidad”. 27
“Lo que la grandez hispánica nos enseña es que los pueblos con la más profunda y viva religiosidad, son también los que alcanzan las expresiones más auténticas de lo festivo”. 30
Quevedo: el pueblo idiota es seguridad del tirano
“No nos debe caber la menor duda que la desaparición del carnaval implicaría el fin de la más genuina festividad; y sin fiesta el mundo hispánico todo, con su prodigioso cúmulo de anhelos y diversidades, sería engullido por la maquinaria profana de la globalización consumista”. 50
“No son la contención y el ahorro modalidades de lo hispánico. Y estamos aún muy lejos de creer que el utilitarismo y la usura que han corroido el alma protestante, terminen profanando también todo lo que de festividad hay en la esencia hispana”. 50-51
“El alma hispana ha nacido y crecido entre la ofrendación y el despilfarro, y ahí reside por igual la razón de sus caídas y de su grandeza. En la ofrendación, el alma hispana se entrega hasta la pura sacrificialidad; en el despilfarro, es capaz de prolongar la festividad hasta la dilapidación extrema. Tal vez los artificiosos hedonismos arrastren definitivamente a nuestras minorías encumbradas. Pero no es en ellas donde está depositado lo más auténtico de la Hispanidad, no son sus gustos y perversiones los que dan rostro y corazón a nuestra cultura: una cultura que coloca a la fiesta y el rito por encima de la productividad, un modo de existir que se remonta hasta la más profunda sacralidad y se sublima con el arte”. 51
Sobre la excesividad hispana: “… si bien ha desastrado innúmeros proyectos, ha propiciado también que la ritualidad y el arte alcanzaran niveles excelsos e inmortales”. 67
“Pocas culturas tienen un nucleo identitario tan vital como la hispana, y pocas, por tanto, pueden proyectarse hacia el futuro con tanta ambición y tanto alcance. Mitad don, mitad esfuerzo sublime, ese núcleo está hecho de lo más divino de lo humano y de lo más humano de lo divino, de la más profunda religiosidad y de la más elevada creación artística: el abrazo esencial e invencible entre el rito, la fiesta y el arte. Todo lo demás es profano y todo lo profano es aleatorio”. 71
“Como siempre, los excesos fueron mayúsculos, e igualmente lo fueron los logros: sin la guerra santa que libraron las órdenes religiosas en la Península y el Nuevo Mundo, la Reforma protestante hubiera contaminado el alma hispana del afán de usura y del utilitarismo más ruin y antifestivo; y sin ellos, la población indígena de los dominios hispánicos hubiera corrido si duda la misma suerte de los nativos de las tierras del norte conquistadas por la huestes luteranas”. 75
“La negación fanática de la ritualidad católica, transformó la liturgia del protestantismo en una mera rutina (como beber, comer, trabajar, etc.) carente del soplo vivificador de la alegría. Tal fue la mayúscula sentencia con que en la Historia de los heterodoxos españoles se fulminó al protestantismo: “¿Cómo puede alegrar la vida un culto iconoclasta, frío y árido, que nada concede a la imaginación ni a los sentidos y quita al arte la mitad de su dominio? ¡Cuán ingrata debía de ser la vida en aquella república de Ginebra tal como la organizó Calvino, sin fiestas ni espectáculos, y donde todo estaba reglamentado, hasta los vestidos y las comidas, al modo de los antiguos espartanos y con un tribunal de censura para los actos más insignificantes!”. 77
“Arte, fiesta y rito frente a ciencia, ahorro y eficacia. Y no se trata de juzgar ni de contraponer irremediablemente las formas civilizatorias del norte y del sur; se trata de reconocer que el amor excesivo a la fiesta es inseparable del influjo sagrado de la luz, y que justamente es esta unidad ritual de fiesta y luz en donde está enraizada la más genuina pasión celebrante de alma hispana: el barroco.
De sobra sabemos que no puede haber fiesta sin derroche sensitivo; y en medio de este desborde de colores, olores, ruidos y sabores la celebración se transforma en recreación y el culto a la luz es ya pura estética divina. Estamos ante otra de las más empeñosas tareas nucleohistóricas: hacer con la interioridad ritual y la exterioridad artística la fiesta total. Y eso, el ser fiesta total, sólo lo ha alcanzado el hispanismo barroco.
No existe otra estética social donde la atracción excesiva por lo dorado y brillante alcance los delirios del churrigueresco, y ninguna tampoco que no mueva con tanta repentinidad al empalago o al pasmo. Ya lo dijo en síntesis cabal Bonet Correa en su obra referencial Fiesta, poder y arquitectura: “La fiesta renacentista y sobre todo la barroca son la máxima apoteosis visual de lo lúdico a nivel colectivo”.
Si en sus ritos y fiestas nos abren su intimidad las culturas, en la cultura barroca está esbozada con rasgos magistrales la transición del ser y proyectar hispánicos de lo rural hacia lo urbano. Celebración de fasto y pirotecnia, el barroco es la fiesta urbana por excelencia, y en ella participan por igual cortesanos y plebeyos, religiosos y artistas, guerreros y artesanos. En la fiesta de la total exhibición, donde el ojo –desde los oteaderos de la casa palaciega a los desvanes y tejados de los claustros- contempla extasiado cómo la sacralidad y el arte se funden en la mundanización total de lo festivo. Nunca en cultura alguna el espacio libre y hermanante de la calle fue tan vital; y no hubo y tal vez no habrá jamás otra fiesta que implique de manera tan total a los sentidos. Pero la caída en los excesos profanos adormeció el alma hispana y en medio de la pirotecnia pocos fueron los que denunciaron la ruptura con la tradición milenaria. Los ritos de renacimiento y muerte de la Madre Tierra son expulsados hacia la más profunda ruralidad, y en la arquitectura que señorea plazas y avenidas comienza a verse cómo el deslumbre profano de la Historia expulsa de la ciudad la presencia mítica de lo rural”. 79-80
“Excesividad, desmesura, extremismo…; era natural que el barroco antes de morir en la Península buscara la plenitud solar de Hispanoamérica. Y la encontró tan de su gusto y propósito que el injerto dio un fruto superador y legítimo. Si partimos de que la plaza hispánica es el motor nuclehistórico del barroco, tenemos que convenir en que ninguna cultura, después de Grecia y Roma, logró como la hispanoamericana hacer de la plaza un universo convivencial tan rico y fluido”. 82
“Muerte y ruina, oscuridad infértil en el corazón de un imperio donde jamás se ponía el sol. Casi tenía razón Ramiro de Maeztu cuando desde el fondo del abismo dijo que la crisis de la Hispanidad era la de sus principios religiosos: la crisis de sus ritos y sus fiestas, y también de sus tradiciones y de su arte…; lo demás sólo cae y sube en medio del escándalo.” 86
“[…] corresponde a los más de cuatrocientos millones de hispanos que no son separatistas decidir el destino de la Hispanidad”. 89
“Yo me sumo a los que creen, con Ortega y Toynbee, que las culturas se desmoronan desde adentro, por defectos íntimos. Cuando esta intimidad –lo que aquí se ha llamado nucleohistoria- enferma o degenera, la cultura pierde su raigambre identitaria y es absorbida o desplazada. Pues bien, la absorción de España por Europa y el desplazamiento de la religión por la política y de la lengua castellana –identificada desde su origen con la lengua española- por las lenguas autonómicas, han herido de muerte al casticismo hispano, y con ello se firma el acta de defunción de lo que desde la ortodoxia imperial se había llamado alma española.
Ya no puede ser el centro de la Hispanidad un Estado dividido en orgullosas autonomías que sólo tienen en común el interés profano de la política y el comercio; no puede un reducto de apenas quince millones de hisponohablantes seguir representando el sentir y el latir de quinientos millones. Ante la negación de la lengua castellana por las autonomías y el debilitamiento espiritual del español europeizado, el latir profundo de la Hispanidad dejó de estar en Madrid. Y sería gratuito, además de ingenuo, pretender que Barcelona, San Sebastián o Santiago de Compostela pudieran ser centro de algo más que de su propia periferia.
En la lengua y la religión, no en los apasionamientos profanos de la economía y la política, tienen los pueblos su verdadera fuerza; hoy –con el nuevo siglo y el nuevo milenio- la lengua española y la religión católica tienen un nuevo centro: México. Allí está el presente potenciador de la Hispanidad, con toda su grandeza y con toda su miseria.” 90-91
“Cuanto mayor ha sido el deseo de novedad, más fuerte fue el dictado de la tradición”. 92
“El mexicano no sólo ha forjado su identidad contra la religión y la tradición, sino también, y sobre todo, desde ellas, siendo en ellas.” 93
“Condenado históricamente a luchar contra la tradición, el intelectual mexicano ha vivido en permanente tránsito hacia la novedad sin llegar jamás a consumarla. Su función ha sido negar, con confirmar; y desde esta negación ha visto con desprecio y rencor cómo una y otra vez el pueblo le da la espalda para buscar en el remanente nucleohistórico su verdadero rostro y corazón”. 93
“Es en la trascendencia identitaria [indígena] donde reside el remanente de sacralidad, que junto con la aportación hispana, le da a a mexicanidad su temple indestructible”. 110
“Fiestas, banquetes, juegos de cartas y cacerías, mascaradas y torneos, en fin, nada de lo que hermanaba al ocio con la decadencia quedó fuera de esta imaginación delirante. A él también, si hemos de creerle al cronista al cronista criollo Suárez de Peralta, corresponde la invención del “brindis”, esa ritualidad degradada que después habría de transformarse en mexicanísima manía; y de todo ese gusto por el rito fastuoso y la apariencia nos vendrá también lo más genuino del ser criollo: el arte barroco”. 128
“A semejanza de la fiesta barroca, la ahora multipublicitada Fiesta Broadway es un derroche de verdadera sensualidad hispánica”. 190
“Toda identidad en evolución tiende ineludiblemente hacia el mestizaje. A veces la fusión es confusión, y los valores identitarios se pervierten, al igual que los olores y los sabores: el mole se acompaña con un refresco de cola, y el copal y el incienso ceden la atmósfera ritual al sudor de los cuerpos y el aroma tostado de la marihuana. Es la reinstauración del exceso barroco, la recuperación de un tiempo en que la identidad hispana llena las calles de puro gozo”. 191
“No hay, ni por asomo, en la mujer de origen anglo la combinación sublime de fervor y amor con que la mujer hispana ejerce a cabalidad su papel de hija y de madre. En la amorosa protección de sus hijos, desde que nacen hasta que se casan, y en la manera como se entregan al cuidado y atención a sus ancianos padres, alcanza la mujer hispana uno de los máximos logros evolutivos. Baluarte definitivo contra el individualismo egoista y el afán de lucro que corroe a la familia angloamericana, la mujer hispana ritualiza al máximo las relaciones de parentesco para evitar la fragmentación identitaria que impone la cultura dominante”. 197
“Mientras las autonomías del Estado español ven a la Hispanidad a través de un matiz de recelo y desprecio, las identidades de origen hispánico saben que su única defensa contra la tendencia uniformizadora del autoritarismo anglo es precisamente la Hispanidad”. 201
Párrafo final del libro: “Cuando la adoración del hombre hacia Dios sea directa y esté matizada de agradecimiento y amor, la ritualidad será algo tan elemental y simple como hoy lo es el respirar. Entonces ya no tendrá sentido la vacía ceremonialidad actual, y en el hogar, la calle y la escuela sólo habrá un único mandato: la fe en Dios como única salvación y la hermandad entre los hombres como único principio moral.” 223
Filed under: el (d)efecto barroco
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