18.7.7
Sede del PAN en Ciudad de México
Me recibe una señora de unos 55 o 60 años, con la tez estirada hasta lo impensable. Su cara parece de cera, porcelana o marfil. Los labios se le recortan pristinos; sus cejas parecen haber sido alineadas con una podadora, de manera que recuerdan las cejas pintadas de Groucho Marx. Enseguida advierte que soy español y su expresión gana en más brillo y alegría. Me relata el origen del PAN en 1939, cómo se firmó el acta de constitución del partido en una pequeña oficina, frente al Casino Español, dice, medio deslumbrada.
El monólogo conduce a lo bonito que es España, en especial Santander, de donde originalmente es su familia: “Nos dieron todo lo que somos”, exclama entre nostálgica y ufana. “La religión, la lengua, la civilización… aquí solo había bárbaros, gracias a Dios que llegaron ustedes”. No me atrevo a señalarle que, en todo caso, quien llegó fue su familia, no la mía.
Le indico prudentemente que las cosas, seguramente, tienen muchos matices, a lo que inmediatamente responde: “No hay matices. Usted, ¿vé matices en mi piel? ¿ve usted algun rastro de color en mi piel? Pues claro que no. No hay matices. En mi partido, estamos muy orgullosos de ser güeros”.
En ese momento dramático, aparece el superior de la señora, a quien yo venía a visitar para recoger unos cuantos spots electorales de tv. Mientras lo acompaño a su despacho, no puedo dejar de voltear la cara hacia la señora, quien me sonrie de oreja a oreja, mostrando, diáfana, su universo mental.
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