19.7.7. DF
Hoy he agarrado tres taxis. El primero me lleva hacia Coyoacán. El conductor lleva 18 años al volante. A la primera semana de trabajar le asaltaron e intentaron llevarse el carro. El coche no era suyo, sólo trabajaba de “gato”, de conductor. Para no enojar a su jefe y demostrarle su compromiso con el empleo, decidió plantar cara. Se llevó un navajazo en la pierna que le seccionó la femoral. Dice que estuvo 3 meses en el hospital pendiente de que le amputaran la pierna, aunque finalmente la conservó.
El jefe le prometió reincorporarlo al trabajo cuando se hubiera repuesto: “no le voy a dejar en la estacada, compadre”. Ya rehabilitado, regresó a ver al jefe, quien le dijo: “Pues no tengo nada para ti. Imagínate… he tenido que poner a alguien a chambear en el bocho, no lo iba a dejar ahí sin hacer nada”.
“No se fíe de nadie, de nadie, amigo” -me dice el taxista-, “nunca haga caso de las promesas, nunca. Lo único importante es ir a la de uno, solamente a lo tuyo”.
El segundo taxista, que me lleva por toda la Avenida Cuauhtemoc, habla por los cuatro costados. Su obsesión es la “hueva”, la “flojera”, la pereza: “Aquí nadie quiere trabajar, sólo se quiere ganar dinero”. Le cuento que hace unos años compré una sudadera que llevaba inscrita la siguiente frase: “Diosito, hazme rico, pero no me quites lo huevón”. “¡No le digo! Déle usted chamba a alguien y al primer sueldo no lo habrá visto más. Imagínese, la gente hasta quiere trabajar el sábado. Pues yo creo que con el domingo de fiesta ya hay más que suficiente. Le das trabajo a alguien y lo primero que te pregunta es si vas a darle aguinaldo, si hay incentivos, etc.. Aún querrán que les pague las vacaciones.”
Le explico que en Europa muchos trabajadores tienen las vacaciones pagadas. Se queda estupefacto: “Por cierto, amigo. Yo tengo la visa de los Estados Unidos, porque estuve chambeando en una fábrica de Illinois. ¿Puedo entrar con esa visa a España y buscarme trabajo?”
El tercer taxista es un hombre mayor, muy amable y pausado. Me conduce tranquilamente hacia el centro histórico. Le pregunto cuantos taxis calcula que haya en la ciudad: “unos 400 o 500 mil”. Me quedo muy sorprendido. Le digo que quizás es una cifra exagerada. “No, no” –me responde-, “la mitad son ilegales, un tercio son “tolerados”, como el mio, y otro tercio legales”. ¿En qué se diferencian?, le pregunto. “En nada”, contesta, “a veces hay operativos [policiales] que multan a los ilegales, pero lo que vale recuperar el carro es lo mismo que cuesta otro bochito [Volkswagen antiguo] de segunda mano, así que vuelta a empezar”.
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