Walter Benjamin vio en lo barroco la semilla de una modernidad ilusionada en encapsular la novedad de una vez por todas. Lo nuevo, como la naturaleza muerta, adquiría inmediatamente, al instante, el valor de lo pasado. En la medida en que algo era «nuevo», ya estaba mecánicamente muerto, gracias a la teoría de la mercancía, basada en la sustitución inmediata de la novedad por otra novedad. Puro «memento mori».
Quizás fue Man Ray uno de los primeros artistas que captó este proceso en su plena dimensión, cuando retrató «Le Grand Verre» de Marcel Duchamp. Duchamp decidió abandonar el vidrio en el suelo de su estudio de Nueva York para que «se llenara de polvo».

Le Grand Verre, de Duchamp (1915-1923). Versión de la Fundación Langlois de Montreal.

Man Ray, Cría de polvo, 1920
El polvo, decía Benjamin, es el traje consustancial del objeto moderno. El polvo se deposita casi en exclusiva sobre las cosas nuevas.
Los objetos adquieren una temporalidad interna, pues están sometidos a las leyes del formalismo moderno: sólo atienden a ellas mismas, y es en el proceso de pérdida de valor simbólico en donde ganan su trascendencia. El resultado es el kitsch.
No es posible ilustrar mejor estas reflexiones sino con la siguiente imagen extraida de un reciente libro de Celeste Olalquiaga (El reino artificial, Gustavo Gili, 2007). En la primera imagen se aprecia un pisapapeles del siglo XIX, muy en boga en aquellos días, que incorporaba la técnica «tormenta de nieve», por la cual, al agitar la bola se producía un efecto «nevada» sobre la escena representada en el interior. En la segunda imagen, se vé el actual estado del objeto: una ruina encapsulada en el tiempo. Hay pocas imagenes tan reveladoras como esta:

Filed under: el (d)efecto barroco