el d_efecto barroco: políticas de la imagen hispana

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Con total naturalidad

Que la vena más conservadora está totalmente infiltrada en el sistema de valores culturales y políticos no tiene por qué ser resultado de contubernio o de actitudes hipócritas, por las que se dicen unas cosas y se hacen otras. Todo este discurso puede manifiestarse con total naturalidad y desparpajo, como, en este caso, de la pluma de uno de los más reconocidos periodistas españoles, Vicente Verdú. No tiene desperdicio.

Impagable lo del artista mudo, incapacitado para ser ciudadano y articularse socialmente, e inútil a la hora de transmitir conocimiento («Ningún artista emplearía un lenguaje trasmisible oralmente a otro y, en consecuencia, tampoco entre ellos cabe esperar conversación alguna»). Sólo en el estilo, en la imagen, se cataliza la limpieza, la santidad y la identidad. Al menos, el artista tiene a Vicente verdú como el ventrílocuo que le hace hablar.


Ver blog de Vicente Verdú.

El silencio del cuadro, Por Vicente Verdú.

Es un lugar común decir que los pintores carecen del don de la palabra. No es, sin embargo, un error. En numerosos casos los pintores, carecen de la facultad del pensamiento lógico y consecuentemente de una reflexión más o menos cabal referida a su obra y a la de los demás. Son de este modo genios puros. Seres de otra condición capaces de relacionar su alma con el alma de las cosas sin que la necesaria conversación inherente a la producción artística pueda ser compartida con nadie.

Pero, además, el lenguaje silencioso de cada artista sería, a la vez, singular. Ningún artista emplearía un lenguaje trasmisible oralmente a otro y, en consecuencia, tampoco entre ellos cabe esperar conversación alguna. O, al menos, conversación con sentido común. Cada uno mantendría su sentido al lado del sentido de su partenaire y no para impedir la comunicación entre ellos mismos, aún su pesar, sí sino la comunicación general con otros grupos. Harían peña los artistas plásticos en tanto que individuos afásicos. Fuera del habla y fuera, paradójicamente, de «la fase» oral. Infantes puros, infans o seres primarios a los que se les niega la originariamente la palabra como forma de conseguir alguna identidad. Se les negaría por propia constitución y no por censura ni por deficiencia, ni por ninguna otra mutilación sino por la naturaleza propia de su arte que concentrado en el silencio perdería verdad si permitiera una versión acústica. Tan silente, tan concentrado en la intensidad de la mirada ( naciente del cerebro de la mirada y dirigido al espectador) que tan sólo con ella solventaría su solipsisimo y su gozo, su mutismo y su elocuencia serían una misma cosa dentro de su condición peculiar.
De este modo, los pintores -a diferencia de los arquitectos, extraordinariamente parlanchines, no dirían nada sobre su cuadro ni necesitaría hacerlo ni les sería posible lograr esa pretensión. Precisamente, todo pintor que escribe, hace poemas, elabora reflexiona sobre el arte, va perdiendo con cada palabra una partícula de la posible magia que ha formado su composición. La pintura ante la palabra craquela. La mirada que el cuadro emite se enturbia al definirla, se decolora al nombrarla, se vulgariza y, al cabo, se consume por el sonido de la dicción. El pintor inventa en el cuadro a través de una expresión que no soporta sino las formas y colores y su traducción en letras, en proclamas, en elogioso no lleva sino al mercadeo, el camelo y la patética falsificación.

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Acerca de este blog

El d_efecto barroco. Políticas de la imagen hispana: un proyecto de investigación sobre el mito barroco en el relato de lo hispano, iniciado en 2004
Exposición y catálogo/DVD en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), 2010-2011; Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Quito, Ecuador, 2011-2012
La memoria administrada. El barroco y lo hispano, Katz, 2011

Coordinación general: Jorge Luis Marzo y Tere Badia