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El Siglo de Oro como lugar de la memoria

El Siglo de Oro como lugar de la memoria

por Evangelina Rodríguez Cuadros, Blog Theatrica

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Hanno Ehrlicher y Stefan Schreckenberg (eds.), El Siglo de Oro en la España contemporánea, Madrid-Frankfurt, Iberoamericana-Verbuert, 2011. 326 pp.

Desde una perspectiva fundamentada en la producción literaria, teatral y audiovisual del siglo XX y la primera década del XXI, el libro coordinado por Ehrlicher y Schreckenberger supone un ajustado estado de la cuestión sobre la pertinencia contemporánea de los clásicos del Siglo de Oro. Tras una relativista posmodernidad, el crítico cambio de siglo auspicia de nuevo una reflexión ilustrada, más serena y menos a la defensiva, sobre el debate que suscitó —tanto en el ámbito de la cultural como el de la ciencia— Nicolás Masson de Morvilliers cuando en la Nouvelle Encyclopédie méthodique, editada en 1782, lanzó la célebre y provocativa interrogación: “Chacun médite des conquêtes qu’il doit partager avec les autres nations; chacun d’eux, jusqu’ici, a fait quelque découvert utile, qui a tourné au profit de l’humanité! Mais que doit on à l’Espagne? Et depuis deux siècles, depuis quatre, depuis six, q’a-t-elle fair pour l’Europe?”. La previsible y acomplejada respuesta (“rien”, nada) provocaría una desmedida y miope reivindicación de lo propio que abonó la respuesta de ilustrados españoles (Juan Francisco Masdeu o Juan Pablo Forner) pero que también envenenó la posterior unanimidad integrista de defensa del “Siglo de Oro” que consolidó una literatura y, sobre todo, un teatro “nacional” exclusivo y aislacionista en el canon gestionado por el romanticismo decimonónico. La hispanística actual —tanto propia como foránea— mantienen, sin embargo, el marbete Siglo(s) de Oro (un concepto acuñado a expensas de y no por esos mismos clásicos) para el estudio del periodo, pese a su supuesta “falta de neutralidad” (como se señala en la Introducción). Digamos, de entrada, si no manifestaría igual carencia “de neutralidad” el término “Edad de Plata” con el que se sintetiza el esfuerzo regeneracionista de las llamadas “Generación del 27” y “Generación del 98” —ambas implicadas asimismo en el compromiso crítico con los clásicos—. Tal vez el de “Siglo de Oro” chirríe más por su protocolización idealista en nuestro siglo que deberíamos, como mucho, llamar de “Hierro” o de “Barro”, instalado en una crisis de ideas y sentimientos en la que, sin embargo, seguimos mitificando lo nacional aunque sea en identidades fragmentarias como el deporte (“la Roja” ganó el Campeonato Europeo o Mundial de fútbol) o en mitos locales como Fuenteovejuna o El Alcalde de Zalamea (que reviven anualmente en representaciones populares). La identidad nacional española del siglo XX, al menos por lo que a aquél se refiere, proviene así de una contradictoria negociación entre un “ilustrado clasicismo” anticlásico y un sentimiento reivindicador que prescinde de la decadencia política o científica para extraer valores canónicos de una cultura que, en su día, y nadie puede negarlo, fue brillante vanguardia. Sí, se trata de una “tradición inventada”, puede que producto de la “edad de los extremos” que es como califica Eric Hobsbawn el siglo XX. Y es posible que en ese fervor por recuperarla como ingrediente de identidad y de “musculación ideológica” hayan coincidido políticas autoritarias y dictatoriales y políticas democráticas en su necesidad de integrarse en la normalización cultural europea (son útiles, en este sentido, algunas de las reflexiones —no todas— de Jorge Luis Marzo en La memoria administrada. El barroco y lo hispano [Buenos Aires, Katz Editores, 2010]). Pero no hay duda que si ciertas épocas (el franquismo, como recogen muy bien algunos trabajos reunidos en el libro) usaron tal revisión de los clásicos en un sentido más “monumental” y “anticuario” que “crítico” —por recordar las concepciones de Nietzche en De la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida en 1874—, el conjunto de este volumen, expresión de una renovada manera de asumir nuestro patrimonio clásico tanto por estudiosos extranjeros como españoles, ofrece una inteligente perspectiva “crítica” para analizar lo mucho que de brillante “monumentalidad” tiene todavía el siglo de los clásicos por excelencia en la historia española.

Por eso, los estudios que incluye plantean el “extrañamiento” del Siglo de Oro en una España cada vez menos sujeta a la idolatría de unos clásicos impuestos por la actitud positivista o erudita, pues no hay regla más determinante para juzgarlos que examinar si están de acuerdo o no con nuestra manera de ver y de sentir la realidad. Su vitalidad depende de nuestra vitalidad. Su olvido de nuestra incapacidad por personarnos en su plausible o incómoda contemporaneidad, pese a los esfuerzos contrarios que han suministrado, cada una a su manera, tanto la visión positivista y trascendentalista del “only the text can” que defendió la crítica anglosajona como la de los actuales estudios culturales o postcoloniales. Los procesos de reinterpretación del Siglo de Oro en la memoria cultural española (o en sus varios “lugares de la memoria” como ha teorizado Pierre Nora) han estado presentes siempre que se ha indagado en la construcción de nuestra moderna identidad colectiva: en la memoria de sus textos, imágenes, rituales o representaciones en su sentido más amplio. Esta construcción es visitada por Aurora Egido (pp. 23-51) desde el punto de vista de la nueva “invención del Barroco” y la canonización de figuras como Luis de Góngora y Baltasar Gracián en el laboratorio de las revistas académicas que, entre 1914 y 1930, arrojan interesante luz sobre el entrelazado de las estimaciones literarias y la periodización de una época que marcaron tanto su tiempo como seguramente la posteridad. Se ocupa minuciosamente de los contenidos y reseñas bibliográficas de la Revista de Filología Española (1914-) que pasaría desde el dominio medieval a una atención creciente hacia los siglos posteriores y, merced a excepcionales hispanistas como Alfonso Reyes, hacia Góngora —convergiendo así con revistas europeas como la Revue Hispanique y el Bulletin Hispanique—; lo que alcanzaría su cénit, como era de esperar, en el año “centurial” de 1927 con los estudios y reseñas de grandes estilistas como Gerardo Diego, Dámaso Alonso o José Mª Cossío. La revista sería el cauce por el que las ideas de Américo Castro o José Fernández Montesinos irían tomando posesión de la problemática producción de Cervantes o del propio Lope —que supera así el “monocultivo” calderoniano” suscitado desde su centenario de 1881—. A esta perspectiva filológica y poética la Revista de Occidente, fundada por José Ortega y Gasset en 1923, añadiría una visión más transversal respecto a lo europeo: los clásicos españoles (Góngora, Lope, Quevedo, Gracián) entrecruzan su producción con el análisis de la visión artística que aportan al análisis del Barroco las ideas de Wölfflin, explicando el estilo de estos autores como una evolución de su propia formación clásica ejercida en un sentido inverso, sin dejar por ello de vislumbrar el trascendente legado de la imponente literatura mística (que mostró en la revista Pedro Sáinz Rodríguez). El deambular por los clásicos de los siglos XVI y XVII caracterizará asimismo el Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo (1921-) y, por supuesto, el Boletín de la Real Academias Española (1914-) que tendría un papel fundamental en la renovación metodológica y crítica de los estudios literarios

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Archivo de prensa (impresa y online) de noviembre de 2010 a abril de 2012

Acerca de este blog

El d_efecto barroco. Políticas de la imagen hispana: un proyecto de investigación sobre el mito barroco en el relato de lo hispano, iniciado en 2004
Exposición y catálogo/DVD en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), 2010-2011; Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Quito, Ecuador, 2011-2012
La memoria administrada. El barroco y lo hispano, Katz, 2011

Coordinación general: Jorge Luis Marzo y Tere Badia