el d_efecto barroco: políticas de la imagen hispana

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La Petroteca

La Petroteca from jorge marzo on Vimeo.

Me habían hablado de ello, pero vagamente. Muchos mexicanos, cuando hablan de algo, siempre lo hacen vagamente, “por si acaso”. En fin, decidí ir a visitarlo. Estando ya en Zacatecas, qué menos podía hacer que comprobar la veracidad de la historia. Así que me fui a la Oficina de Turismo para ver dónde estaba la famosa iglesia.

-¿Me podría decir dónde está el extemplo de San Agustín, por favor?

-Ya no es un templo, ahora es un museo -me respondió muy educadamente el joven tras el mostrador, rodeado de mapas, de ofertas hoteleras y de videos de promoción.

-Sí, tengo entendido que había sido uno de las iglesias más significativas en tiempos coloniales pero que quitaron todo vestigio de su estilo barroco, ¿es cierto?

-En efecto, ahora son puras paredes blancas. Cosa de los cristianos protestantes –respondió displicente el, a todas luces, estudiante de turismo. Y añadió:

-Pero no se preocupe, guardamos todas la piedras “por si acaso”.

Así que era cierto. Existía la iglesia. La verdad, yo no había oido nunca hablar de algo parecido. Muchas iglesias exuberantes construidas en la zona durante el XVII y XVIII habían desaparecido bajo el fragor de las leyes juaristas de Reforma o entre el fuego de las guerras cristeras. Pero que se hubieran guardado las piedras, perfectamente clasificadas y documentadas, en dependencias internas del antiguo templo era algo simplemente extraordinario; y más en un país, cuyo fenomenal patrimonio se está perdiendo por todas partes a causa de una errática y pobre política de conservación. ¿Por qué tanto interés en guardar esas molduras y volutas barrocas, y, en cambio, dejan que los fenomenales frescos indígenas de Ixmiquilpan -en el estado de Hidalgo- se borren cada día un poco más?

Me dirigí ansioso hacia la dirección que el joven me dio al tiempo que me pedía que regresara más tarde, subrayando que “si le interesa la arquitectura colonial, está usted en el lugar adecuado. En Zacatecas, no hay otra cosa”. Cuando llegué, me encontré frente a una antigua iglesia de bellos y sobrios contornos cuya fachada era completamente blanca, lisa y encalada. Ni un solo motivo ornamental. Subí las escalinatas del pórtico y me metí dentro. Efectivamente, también los muros de las naves estan encalados y desprovistos de todo adorno: ni esculturas, ni pinturas, nada. Sólo despuntaban las pilastras y las molduras de piedra, que por evidentes razones técnicas, no habían podido extraerse. El espacio servía como lugar de exposiciones, y como en esos días no había ninguna, la sensación de desnudez se hacía más palpable.

Ví a alguien sentado en plena hueva en una silla justo en lo que había sido antes el altar y deduje que se trataba del vigilante. Le pregunté por el almacén de las piedras: -Sí, está ahí dentro, pero ahorita no se permite la visita al público-, dijo, mientras me escrutaba con expresión adusta, creo que porque había intuido mi acento gachupín. Inventé impulsivas razones para que me dejara entrar. No hubo manera. Finalmente, la conocida máxima del general Obregón allanó el camino: un cañonazo de 50 pesos, y la puerta se abrió.

Y ahí estaba. La petroteca, se llama. Dispuestas en anaqueles corridos junto a las paredes de una enorme sala, las piedras que una vez formaron uno de los conjuntos más elegantes del barroco zacatecano reposaban ahora como inermes mariposas disecadas en la vitrina de un museo natural. Siente uno estupor ante tal imagen. ¿Qué misterioso impulso puede haber llevado a un país, que tan largamente dice haber batallado por deshacerse de todo lastre colonial, a realizar semejante esfuerzo ilustrado, taxonómico, taxidérmico y de conservación sobre la memoria arquitectónica virreinal?

Mientras fotografiaba la sala a toda velocidad, el vigilante, también presuroso ante la posibilidad de que apareciera su jefe, me introdujo en la historia apasionante del edificio. Comenzada su construcción como convento agustino a finales del siglo XVI, a principios del XVII adquiere su forma plenamente barroca hasta que en 1782 fue nuevamente bendecido con algunas remodelaciones. Tras las leyes expropiatorias de Reforma de mediados del siglo XIX, el convento fue convertido en hotel, y el templo, completamente mutilado, sirvió como billar y cantina. En 1882, es vendido a la estadounidense Sociedad Presbiteriana de las Misiones, que en virtud de su actitud iconoclasta, suprime la fachada. Es entonces, cuando se decide conservar las piedras. Años después, se convierte en vecindad, agregándosele pisos y abriéndose ventanas. En 1948 comienzan las labores de recuperación y restauración, que concluyen en 1969.

Entusiasmado como un botánico que hubiera encontrado una especie desconocida, regresé a la Oficina de Turismo en busca de más información. De nuevo, me saludó el joven aprendiz de guía tras el mostrador.

-Querría todo lo que pueda darme sobre el tema, le espeté.

-Pues no tenemos nada en concreto, pero si le interesa el barroco puede pedir en dirección, en el piso de arriba, una carpeta muy completa que se llama “Tesoros Coloniales de México”. Incluye video y toda la cosa.

Allí fui directo. Me presenté muy formalmente con no sé qué patraña de unos estudios para una televisión española, pues tengo comprobado que las manifestaciones de interés personal suelen costar dinero. Puse el tono de voz adecuado y no falló: me hice con la documentación. Al salir, la directora, muy amable, me dijo, con aire de complicidad: -Puede usted ir donde quiera, pero si pregunta a cualquier mexicano qué parte de su ciudad le gusta más, siempre le contestarán: pues el centro histórico. México es muy bonito.

Dos años más tarde, acompañado de Tere Badia, aprovechamos una entrevista con el director de Cultura del Gobierno de Zacatecas para solicitarle un encuentro con el cronista oficial de la ciudad a fin de que nos aclarara algunas cuestiones acerca del templo. No sólo apareció el cronista sino que vino acompañado por el jefe del equipo de conservación: -El sueño dorado de los que están involucrados en este proyecto es reconstruir esta fachada, armar el rompecabezas, y tratar de visualizar los faltantes, que será una labor titánica-, declaraba el cronista, un hombre seco, también algo suspicaz. Pero, ¿por qué este esfuerzo tan enorme en recuperar el templo cuando hay tal cantidad de ejemplos similares en la ciudad?, preguntábamos, insistentes: -Porque si hablamos del templo de San Agustín estamos ya hablando de la patria novohispana, de los nacidos ya en esta tierra, hijos de indígenas, mestizos y criollos-, nos respondió el conservador, aportando toda una batería de sólidas referencias históricas. Sus conclusiones eran que “la patria criolla es la que crea estos monumentos. Es la patria mexicana. Es una muestra clarísima de que el neoclasicismo, cuando llega a México en el siglo XVIII, se barroquiza. No se podían aguantar las ganas, las cornisas se retuercen, y es que el barroco está en la sangre de los mexicanos.”

Bueno, y ahora ¿qué?, preguntamos: “El sueño es ver todo montado de nuevo y expuesto al viento. Pero los ingenieros nos dicen que el templo ya no soportaría el peso. Los rellenos entre los pisos afectaron la estructura. Ahora la restauración que se plantea es virtual. Vamos a proyectar la fachada por la noche. El principal motor va a ser la tecnología, con un complejo sistema multimedia. Será una gran atracción. Será una especie de barroco virtual.”

¿Por qué se han guardado las piedras, perfectamente clasificadas y documentadas, de aquel templo barroco de Zacatecas cuya fachada había sido borrada por iconoclastas protestantes? ¿Cuál fue el impulso de las autoridades y ciudadanos a mantenerlas en dependencias internas, bien custodiadas, y más en un país, cuyo fenomenal patrimonio se está perdiendo por todas partes a causa de una errática y pobre política de conservación?

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Archivo de prensa (impresa y online) de noviembre de 2010 a abril de 2012

Acerca de este blog

El d_efecto barroco. Políticas de la imagen hispana: un proyecto de investigación sobre el mito barroco en el relato de lo hispano, iniciado en 2004
Exposición y catálogo/DVD en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), 2010-2011; Centro de Arte Contemporáneo (CAC) de Quito, Ecuador, 2011-2012
La memoria administrada. El barroco y lo hispano, Katz, 2011

Coordinación general: Jorge Luis Marzo y Tere Badia