La política española de las artes se define por un perfil de gestión muy definido: el estado es el propio comisario de las exposiciones que programa. El arte español es el directo resultado del continuado esfuerzo del poder por promoverlo, acogerlo y darle sentido nacional: “limpia, pule y da esplendor”. La monarquía habría sostenido el arte más excelso, habría creado las colecciones y los museos nacionales, habría importado a los mejores artistas de su tiempo. Gracias al estado, el mundo admiraba a los grandes maestros españoles. Si en el siglo XIX, España no había alcanzado la altura artística de otros siglos se debía a que el papel del estado se había cuestionado. Y si durante las dos Repúblicas, muchos de los grandes artistas habían emigrado al extranjero, ello se debía a unas políticas estatales en absoluto acordes con la tradición, siempre garante de la calidad de la producción nacional. Gracias a la política artística instituida en democracia -directamente prestada del Franquismo-, la Monarquía pudo recuperar su emblemática posición de «vehículo» entre lo «nacional» y el esplendor.
He aquí un fragmento de la presentación del Príncipe Felipe de Borbón de un documental dedicado a Velázquez y filmado en el Museo del Prado, y dirigido por Pilar Miró en 1990.
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